1975
Los organismos empresariales, ¿grupos de presión o copartícipes sociales?
Por: José González Múzquiz.
Entre las diversas organizaciones que forman la estructura intermedia de un país, son quizá los organismos empresariales los que tienen una mayor responsabilidad en el desarrollo integral. Esta responsabilidad nace de las capacidades emprendedora y directora de los hombres de empresa que les conceden un cierto papel de liderazgo, que no pueden rehuir sin contrariar los dictados de una sana conciencia social, basada en la solidaridad hacia el bien común.
En el campo socio-económico, sin embargo, las asociaciones de empresarios han sido más o menos lentas en su desarrollo, sobre todo en comparación con las organizaciones obreras. Muchas razones explican este hecho. Pero felizmente el individualismo que caracterizaba la actitud y el comportamiento de muchos empresarios de ayer, va desapareciendo ante la necesidad de una cooperación más y más estrecha por el espíritu de solidaridad, frente a la complejidad de las actividades industriales y comerciales de hoy.
El individualismo había llevado muchas veces al empresario a tener más confianza en sí mismo, en su propia capacidad y esfuerzo que en las organizaciones gremiales; rehuía toda colaboración y consideraba a la organización profesional como algo inútil e inmerecedor de su atención y de su tiempo.
El empresario ha sentido con lentitud la necesidad de organizarse. Su afiliación a una organización ha sido generalmente por disposición legal o por efecto de una crisis o ataque que exige la acción común.
Sin embargo, las especiales capacidades del empresario son recursos que la organización puede conjugar para una acción colectiva, tanto en beneficio de sus asociados como de toda la nación. Para que el grupo empresarial se convenza de la urgencia de tomar parte activa en sus organizaciones, es indispensable que se tenga presente su razón justificativa.
Funciones de los organismos empresariales
Estas funciones han sido resumidas en cuatro categorías: formar, unir, servir y representar a los empresarios.
a) Formarlos técnica, social y moralmente.
b) Unirlos en una filosofía social común, producto de la formación, de acuerdo con el significado del hombre y de su dimensión social.
c) Servir les en aquello que los miembros no puedan hacer por sí solos.
d) Representar sus legítimos intereses y derechos, y defenderlos por los medios legales, oportunos y más eficaces.
A cambio de los beneficios recibidos, el empresario debe dar a su organización:
a) Una adhesión profundamente meditada y libre.
b) La aceptación y eficaz desempeño de los cargos que le sean encomendados.
c) El entusiasmo que impulse a otros a formar parte del mismo organismo social y así contribuir a aumentar la responsabilidad empresarial, no sólo en beneficio de este sector, sino del bien común.
Estas funciones se fundan en la solidaridad que permite el progreso común, el mejor entendimiento, la reflexión colectiva, que enseña a conocerse y a estimarse mutuamente, a reducir las prácticas competitivas desleales y que, sobre todo, coloca a los hombres de empresa en mejor posición para promover juntos, con eficacia, el advenimiento de una sociedad justa y fraternal a la que sus miembros aspiran hoy más que nunca.
Las ideas compartidas por todos es la base del diálogo constructivo que lleva a fijar objetivos también comunes, que pueden entonces avanzar hasta el compromiso y la acción solidaria. La unidad en los principios que consideramos fundamentales para construir nuestro mundo, es la clave del estudio y resolución en común de los problemas que los afectan y que tienen repercusión en toda la sociedad.
Las organizaciones empresariales dinámicas y de acuerdo a las necesidades de nuestro tiempo, deben ser el más firme sostén de la sociedad económica contemporánea y deben constituir los lazos de unión y el más firme apoyo de la sociedad actual.
Mucha diferencia hay, sin embargo, entre los cuerpos profesionales de empresarios en los países desarrollados y en los países subdesarrollados o en proceso de desarrollo. Pero estas diferencias son consecuencia, en gran parte, de los diversos estadios en que las naciones se encuentran en el difícil camino del desarrollo.
Las estructuras intermedias de los Estados Unidos o Europa Occidental, por ejemplo, siendo sumamente ricas y complejas, son el producto de un proceso industrial que se inició antes que el nuestro. En cambio, en América Latina, región pobre, joven y con profundos problemas de carácter técnico y sociológico, sus organizaciones son débiles, con escasa membresía y con pocos recursos humanos y financieros.
El atraso que constatamos en nuestros países, no puede ser, a pesar de todo, motivo de desaliento o de lamentación inútiles sobre lo que no se ha hecho; por el contrario, aun el escaso camino recorrido debe alentarnos para que en un futuro no lejano alcancemos la posición y la importancia que han logrado las organizaciones intermedias en los países de mayor desarrollo.
Estrategias de acción
Esto plantea dos estrategias de acción:
a) Cómo perfeccionar la organización empresarial, y
b) Cómo aprovechar al máximo la situación actual.
Hay que desarrollar la estructura intermedia; esto es evidente. Pero no podemos esperar a que esté desarrollada para actuar, sino que, sin desanimarnos por la penuria de los medios, debemos actuar con el mayor vigor posible, ya que la acción es la vida misma del organismo y su desarrollo depende de que sea rica y creciente.
Varios problemas plantea este esfuerzo de superación. ¿Qué hacer para que, quienes están nominalmente en la organización participen en verdad, se sientan vinculados psicológica y espiritualmente a ella?
¿Cómo atraer a aquellos hombres de empresa que, por individualismo, por apatía o desinterés o por cualquier otra causa no pertenecen o no participan en la organización?
¿Qué trabajos deben ejecutar los dirigentes en turno, los antiguos dirigentes, los funcionarios y los simples socios, sobre todo, cuando la organización es grande y no parece haber tareas para todos?
¿Qué hay que entender por participación efectiva del asociado y por identificación con la organización y sus objetivos? ¿Cómo vencer la incomprensión de aquellos que, desde su cómoda posición de espectadores, sólo critican la acción de los directivos conscientes que dedican su tiempo, su capacidad, su energía y con frecuencia su dinero?
El lugar de la USEM
Ante esta problemática del desarrollo social, y de su motivación fundamental; las asociaciones, que podemos clasificar en la categoría de "movimiento de ideas" empresariales, como se les ha llamado en Europa, tienen una función específica que cumplir en el mundo de los negocios. La estructura intermedia de los hombres de empresa encuentra su verdadera unidad en un pensamiento social, en una motivación que dé sentido a su acción empresarial, que busque no sólo el bienestar particular o de su grupo, sino el de todos los ciudadanos que integramos nuestra sociedad en todos sus sectores.
Es necesario dejar asentado que el papel del empresario no está satisfactoriamente cumplido con su trabajo y esfuerzo productivo por importante que sea en el desarrollo económico nacional. Es necesaria la aportación de sus ideas y su dinamismo en los organismos empresariales, pues la expansión económica no es el problema, es la dirección del desarrollo lo que debe preocuparnos. De hecho, en los países desarrollados se constata ya un desajuste entre sus tradiciones ideológicas y su realidad económica: Su prosperidad material está falta de algo, falta de una idea de qué es el hombre y de cómo esa prosperidad le sirve.
Con su desarrollo, la sociedad va buscando nuevos valores espirituales sobre sus valores materiales. El empresario tiene que ser capaz de colaborar en la realización de estos valores no materiales, su actividad económica debe tener una finalidad al servicio del hombre. No siendo así, el empresario pierde el sentido de la realidad que lo rodea, y su pensamiento se estanca ante un nuevo mundo en constante cambio.
La USEM, como un "movimiento de ideas" busca la identificación del hombre de negocios con los valores de su época, propone una filosofía social, clave de unidad empresarial, como la aportación complementaria y necesaria a las demás organizaciones dirigentes de la economía.
Como ejemplo de esta aportación en el campo de ideas, la USEM en su V Congreso llegó a la conclusión de que las utilidades de las empresas, legítimamente obtenidas y justamente distribuidas, están al servicio del hombre, ya que son esencialmente la base del desarrollo económico de la sociedad.
La búsqueda del sentido trascendente de nuestra civilización es, por otra parte, una labor a realizar conjuntamente con los demás sectores sociales. A través del diálogo y la reflexión en común, debemos definir todos esa filosofía social que sintetice lo que queremos para nuestra sociedad.
Por lo demás, las reivindicaciones y pretensiones de los empresarios y sus cuerpos profesionales, para ser escuchadas y recibidas, deben ser inspiradas por una concepción general del papel del hombre en la sociedad, so pena de ser negadas como intereses particulares no acordes al bien común.
Esta búsqueda de la verdad, sólo encuentra realización en la estructura intermedia, a través de la cual los empresarios dialogan con los demás sectores sociables y con el Estado. La búsqueda de esta filosofía común es la base del compromiso y la colaboración intersectoriales.
Los jefes de empresa, en particular, deben constituirse en los portadores de esta verdad, no solamente entre sus colegas, sino también entre todos aquellos con quienes se relacionan en su profesión y en cualquier otro campo de su actividad.
Los organismos empresariales copartícipes del bien común
Ante estas ideas de una viva solidaridad interempresarial e intersectorial, viene la pregunta: ¿Los organismos empresariales son grupos de presión o copartícipes sociales? ¿Serán, en otras palabras, los defensores del interés particular empresarial ante las pretensiones de otros intereses particulares, o serán co-participantes en la búsqueda del bien común?
Cumpliendo sus funciones de representación y defensa de los derechos e intereses de sus asociados, los cuerpos intermedios buscan influir sobre el poder público y sobre los demás cuerpos sociales, ejerciendo cierto influjo para obtener de ellos determinadas ayudas o concesiones, que les permitan alcanzar mejor los objetivos que se proponen.
Cuando esta acción de gestión e influencia se realiza ante el Estado, el cuerpo profesional actúa como grupo de intereses particulares. Pero este influjo puede ser legítimo o no, dependiendo de la licitud moral de los medios que emplee y de la justificación ética de los objetivos que se proponga.
Cuando la organización, basándose en una concepción equivocada del pluralismo social, aprovecha sus recursos de todo tipo para mover al Estado y ponerlo al servicio de sus intereses, sin ocuparse del bien común nacional, su acción es reprochable, y deja de ser un cuerpo intermedio para convertirse en un grupo encerrado en sí mismo, o de presión.
Pero cuando el cuerpo profesional, en el sano y auténtico sentido del pluralismo social no trata de ejercer presiones dominantes sobre el Estado, sino que, en representación y reivindicación de sus asociados, busca un equilibrio en el control social e influye contra el estatismo creciente rara llegar a una "saludable delimitación", entonces actúa legítimamente y cumple sus funciones de "representar y defender" sus intereses particulares. En este caso, sus medios son lícitos y su actividad se desarrolla buscando al mismo tiempo el bien común general.
Un organismo empresarial, actuando en esta forma, es co-partícipe social, pues al cumplir su obligación de ver por el interés particular de sus miembros, colabora también al bien de los demás grupos sociales y al bien común nacional.
La organización empresarial, auténticamente intermedia o mediadora entre sus miembros y el Estado, no tiene el dilema de escoger entre su bien particular y el bien común, pues es co-partícipe social.
Hay que robustecer los organismos empresariales
La acción del cuerpo profesional de los empresarios sin la participación de éstos, es un mito. Sin coparticipación interna, la organización no podrá ser auténtica co-partícipe social. Hay, por tanto, una responsabilidad personal de participación en cada empresario y los jefes de empresa deben de comprenderlo así.
Los ausentes de la estructura intermedia deben tener conciencia de que ya no se puede ser verdadero empresario sin una visión que rebase los estrechos límites de la vida cotidiana de la empresa. La complejidad de la economía moderna, aumenta día a día los factores externos a la empresa que influyen sobre ella. La legislación en materia económica, el desarrollo de los distintos sectores industriales, agrícolas y de servicios, las tasas de crecimiento de la población, de producción, del ingreso y del ahorro, son algunos de esos factores.
¿Cómo conocer, estudiar y resolver estos factores tan amplios y complejos, que desde afuera invaden el campo de la propia empresa? No es tarea para un hombre, por capaz que sea; es tarea de la organización profesional. Sólo la acción conjunta puede superar la problemática común.
Ya no es posible el aislamiento empresarial. Cada hombre de negocios debe convencerse de que su vida profesional necesita ampliar sus estrechos márgenes para incluir, como actividad cotidiana, una participación activa en los organismos intermedios.
El origen voluntario o por ley de nuestras organizaciones no es excusa para la ausencia. Existiendo ya éstas, la responsabilidad actual es de participación activa, independientemente de su origen.
El futuro de la sociedad y el papel a desempeñar por la empresa privada; la economía de mercado y sus transformaciones, son motivo de diálogo entre los hombres que sienten la responsabilidad social de tomar parte en la resolución de los problemas sociales del país y en las decisiones que orientarán la civilización en que vivimos.
¿Sabrá cada jefe de empresa hacer frente a las responsabilidades de participación en la organización intermedia? o ¿preferirá la cómoda poltrona de su estancia a la mesa de reuniones de su cámara o asociación profesional?
La participación del empresario en la vida cívica.
Alejandro H. Chapa.
Ya Aristóteles consideraba al hombre como un "animal político" o "animal social", el famoso zoon politikon.
Es bien sabido que el hombre desde que nace, nace en sociedad, la familia, y a medida que se desarrolla, se va incrementando su ámbito social y como círculos concéntricos van apareciendo: la tribu y un conglomerado social cada vez más amplio, como el pueblo, la ciudad, el Estado, el conjunto de naciones y entremezclados, numerosos organismos intermedios que constituyen un vasto complejo social que dan al hombre oportunidad de desenvolverse, creando su desarrollo armónico y a la vez integral.
La dimensión social del hombre
El hombre, pues, no está solo y requiere, para su realización o desenvolvimiento, de diferentes organismos indispensables.
"Lo social nos acompaña en nuestra existencia", dice el maestro Luis Recasens Siches, "mejor dicho, forma un ingrediente esencial en ella, desde que despertamos a la vida. Estamos en relación de intercambias de afectos; de recepción de pensamientos, primero, y de trueque de ellos después, actuamos sobre la vida de los demás y ellos actúan sobre la nuestra; nos hallamos insertos en una familia, en una villa o ciudad, en una nación, asistimos a la escuela, hablamos un lenguaje que estaba preconstituido cuando nacimos; nos comportamos según usos, nos sentimos influidos en alguna medida por lo que hace la generalidad de las gentes, obedecemos a una serie de autoridades; juntamos en común nuestros esfuerzos para la realización de determinados fines, bien reuniendo actividades similares, bien articulando conductas diferentes en una división del trabajo, satisfacemos muchas de nuestras necesidades gracias a una serie de organizaciones colectivas, y experimentamos la existencia y la acción de los demás hombres a veces como un conjunto de frenos para nuestra propia conducta, y a veces como palanca que nos ayuda a vivir."
Todos esos aspectos de nuestra existencia, y muchos otros análogos, constituyen el testimonio de lo que se llama sociedad. Así, pues, hallamos a ésta patente en nuestra existencia de un modo constante a lo largo de nuestra vida, y como un factor más o menos grande en casi todas las cosas que nos pasan y que emprendemos.
La vida como convivencia
¿Qué es nuestra vida?, pregunta el maestro Recasens, para contestar que vida es todo lo que hacemos; pero eso no sería vida si no nos diéramos cuenta de lo que hacemos. Es la vida una realidad de peculiarísima condición, que tiene el privilegio de darse cuenta de sí misma, de saberse. Sentirse, darse cuenta, verse es el primer atributo de la vida. Ya René Descartes se había dado cuenta de esto con su afirmación y descubrimiento a la vez: "Pienso, luego existo."
Pero también "vivir es encontrarnos en un mundo de cosas, que nos sirven o que se nos oponen, que nos atraen o que repelemos, que amamos u odiamos, es encontrarnos en un mundo de cosas, ocupándonos de ellas. Así, pues, la vida consiste en la copresencia, es la coexistencia del yo con un mundo, de un mundo conmigo, como elementos inseparables, imprescindibles, correlativos. Porque yo no soy si no tengo un mundo de que ocuparme, si no hay cosas en que pensar, que sentir, que desear, que repeler, que conservar, que transformar o que destruir. Pero tampoco tiene sentido que yo hable de un mundo como independiente de mí, porque yo soy el testigo del mundo. Para que tenga sentido hablar del mundo es preciso que yo exista en él; y que exista yo, no sólo a manera de una de sus partes o ingredientes, sino como garantía de su existencia. Hablar del mundo independiente de mí es invención, fabricación o hipótesis intelectual, pero de ninguna manera una realidad dada".
"Vivir es cabalmente estar ocupados en algo, preocupados, vivir es tener planteado constantemente el problema de sí mismo y tener que ido resolviendo en cada momento. Nuestra vida es decidir nuestro hacer, decidir sobre sí mismo, decidir 10 que vamos a ser; por tanto, consiste en ser lo que aún no somos; en empezar por ser futuro, en ocupamos de 10 que hemos de hacer, o lo que es lo mismo en preocupamos." "Vivir es realizar un proyecto de existencia, es un quehacer, una sucesión y una simultaneidad de haceres."
Es curioso y emocionante, sigue diciendo el autor de Vida humana, Sociedad y Derecho, enteramos de que el humanista italiano Juan Pico de la Mirándola, pensador neoplatónico del siglo XV, tuvo eventualmente un genial barrunto de esa índole del hombre que consiste en no poseer un ser ya hecho, configurado, ni tampoco predeterminado. Dice en su obra De Hominis Dignitate: "Dios trajo al hombre a este mundo como criatura de forma incierta: le colocó en medio de él y le dijo: «no te he dado, Adán, morada fija, ni forma propia, ni función especial, para que puedas escoger tú mismo morada, forma y función y aquello que escojas será tuyo. He dotado a todas las demás criaturas de una naturaleza definida y las he confinado dentro de ciertos límites. Tú no estás confinado dentro de ninguno; te lo crearás a ti mismo según te plazca, bajo la dirección de lo que he colocado en ti. Te he colocado dentro del mundo para que puedas mirar fácilmente a tu alrededor lo que ha sido creado. No te he hecho celestial ni terreno..., de manera que puedas tú, como tu propio modelador y creador, configurarte como quieras. Puedes degenerar convirtiéndote en bruto irracional o elevar tu especie a la altura de los seres celestiales, de acuerdo con tus deseos»."
Empresario y política
Bien sabemos que el término "cívico" se deriva de la palabra latina civitas, civitatis, y el término "político", del lenguaje griego polis; ambos con un significado igual: ciudad. Por lo tanto, cuando hablamos de actividades cívicas entendemos todas aquellas actuaciones del hombre relacionadas con su ciudad o, mejor dicho, con la mejoría citadina. En otras palabras, actividad cívica debería ser toda aquella actuación humana encaminada a conseguir el bien común citadino. Es obvio que el término ciudad puede ser extensivo a Estado, nación o cualquier otro tipo de comunidad.
El empresario, como uno de tantos seres o, mejor dicho, quehaceres del hombre dentro de su vida, no es un ser aislado y, por lo tanto, dista mucho de ser idealmente egoísta. Vive, como hombre que es, dentro de una sociedad y, dentro de pequeños o grandes conjuntos de semejantes, participa en la vida social indispensable para la actuación natural del hombre. Tiene, pues, una función dentro de una sociedad y, por ende, una responsabilidad social.
Se ha reprochado al empresario, muchas veces, que su participación es escasa o casi nula en la vida cívica, pero esto, aunque cierto en algunos casos, no lo es en la generalidad, pues vemos cada día más que no sólo se preocupa del mejoramiento de su sociedad, donde tiene más contacto y más quehacer, sino que su preocupación rebasa día con día el círculo estrecho del conjunto de hombres que componen la empresa para actuar en forma eficaz y decidida en los demás círculos concéntrico s que le siguen, y así vemos la actuación y resultados en organismos intermedios de diferente índole, pero todos con una meta igual: la persecución del bien común.
El empresario se ha dado cuenta de que esta implicación en el medio social ya no es facultativa, sino esencial y vital.
Si partimos de la base que el fin de la vida cívica o política es la consecución del bien común, ya sea éste privado o público, no hay fundamento para pensar y menos para afirmar que el empresario, como una mera modalidad o accidente del ser humano, no pueda y no deba participar en esa acción que persigue un fin tan noble y natural. Olvidarse, abstenerse, rehusar, implica no sólo ignorancia, sino grave responsabilidad. No quiere esto decir que todo empresario deba tener un puesto público, sino que todo empresario debe tener conciencia clara de la necesidad y conveniencia de actuar en cualquier forma, de acuerdo con sus aptitudes, gusto o vocación y con auténtico espíritu de servicio, dentro de organismos que, al desarrollar sus actividades, conduzcan a la meta de la mejoría citadina o del fin tantas veces mencionado: el bien común.
Nobleza de la actividad cívica
Bien sabemos que la sociedad, en sus diferentes conceptos, familia, organismos intermedios, Estado, etc., no está compuesta por seres raros o extraños, sino por hombres, y sería absurdo pensar o afirmar que su realización de la meta, el bien común, fuera algo distinto que el bien de sus componentes.
El objeto de la política y de todo quehacer humano, honrado y constructivo, es el hombre. Participar en la vida cívica o política es una tarea noble, una actividad superior, porque de ella depende el buen manejo de la economía, del desarrollo y el futuro de nuestros hijos.
Todas estas ideas no son incompatibles con la doctrina USEM, ya que vemos, por ejemplo, en la Declaración de Principios, conceptos como éste: "La actividad exclusivamente profesional, aunque absorbente, no debe ser para el empresario un fin en sí misma y, en consecuencia, debe participar activamente y con plena responsabilidad en la vida cívica y política de la comunidad."
Debemos descartar el concepto de que la política es una actividad sucia, son los hombres quienes la ensucian con su mal actuar.
Recuerdo las palabras pronunciadas hace tiempo por un maestro y amigo señalando que nos hemos preocupado por crear buenos técnicos y nos hemos olvidado de formar filósofos. Yo añadiría que también hemos descuidado crear políticos auténticos.
Para hacer frente a esta Era, no puede, no debe subsistir el empresario de conceptos raquíticos y anticuados. Si los empresarios de esta Era no miran más allá de su empresa, y son ajenos a su vida cívica, serían como el hombre que se desliza despreocupadamente por la corriente del río sin notar que se acerca ya a las tormentosas cataratas que lo precipitarán al abismo.
De lo anterior se desprende que el empresario que descuida el ejercicio de sus derechos sociales y el cumplimiento de sus deberes para con la comunidad, contribuye con su omisión a la expansión de las carencias de nuestro medio y a las deficiencias del desarrollo social.
Contamos en México con cimientos morales, sociales y económicos que nos colocan, hoy por hoy, en situación envidiable para muchos países, pero nos toca a todos los integrantes del sector privado y del sector público, colaborar armoniosa y coordinadamente a edificar sobre esos sólidos cimientos, una estructura social más justa y más humana que nos permita vivir y realizarnos íntegramente.
El empresario, los medios de comunicación y la opinión pública.
Por: Fernando Casas Bernard.
Puede ser pacíficamente admitido por todos, hoy, el que la empresa, junto a su función económica, debe también cumplir una función social; y que ambos no pueden disociarse, sino que mutuamente se realimentan y se dan aliento. La empresa cumple su función social cuando logra un incremento económico proporcionando un servicio a la sociedad, un servicio real; y, por el contrario, se sirve de la sociedad, en lugar de servida, cuando su incremento económico se obtiene por medio de artificios, de abusos en su situación tal vez privilegiada, de engaño más o menos consciente, más o menos descarado a su último consumidor. Con una visión de largo plazo que le corresponde intrínsecamente a quien quiera llevar el nombre de director de empresa, las líneas, divergentes en apariencia, de la función social y de la función económica, se identifican a tal punto que en una sana concepción de la tarea empresarial ya no es posible distinguirlas. De esta manera, la empresa cumple su función cuando es buena empresa, en donde el calificativo de bondad no tiene sólo una dimensión ética, sino también, inseparablemente, una dimensión técnica. Y, paralelamente, el empresario cumple su función social en la empresa cuando es buen empresario, integralmente considerado.
Sin embargo, este término de la "función social" puede quedar en el terreno abstracto, vacío de realidades, cuando se le maneja genéricamente. Es necesario concretar, descender a la realidad al individuo que debe ejercer esa función, si no queremos desprestigiar el término, hasta que quede convertido en una mera fórmula técnica.
La función social del empresario
Y para concretar, es preciso distinguir la función social de la empresa y del empresario dentro de ella, de la función social que empresario como hombre, como individuo altamente calificado debe aportar a la sociedad en que vive. N o se puede pretender que el empresario, dirigente o líder en la empresa, se desprenda de su capacidad de liderazgo en cuanto sale de la oficina o de la fábrica, como quien se quita o se pone el sombrero. El ser dirigente de empresa imprime un carácter en el individuo que ya no le abandona jamás; ni en la empresa, por supuesto, ni en sus relaciones sociales, ni tampoco en su enfrentamiento con las estructuras de la sociedad en que vive. Su potencialidad de arrastre, su capacidad de decisión, sus dotes de mando deben aparecer en su vida entera, y han de beneficiar a la sociedad, no sólo a través de su actividad económica, sino también en su actividad como ciudadano, como miembro calificado, insisto, de la sociedad en que vive.
Son cada vez más los empresarios que llevan a cabo su función social como individuos aportando sus características de decisión y de liderazgo al campo político. Pero son aún, y lo seguirán siendo excepciones, altamente valiosas, pero excepcionales. Son, también, cada vez más los empresarios que trascienden los límites, siempre estrechos de su empresa, para beneficiar con sus cualidades específicas la importante labor de los organismos empresariales intermedios (cámaras, asociaciones, confederaciones, etc.).
Pero también debemos decir que, aun cuando su número ha aumentado considerablemente en los últimos años, resulta aún insuficiente. Hay una notable desproporción entre el auge y desarrollo de nuestras empresas y la vitalidad e influencia de dichos organismos. El empresario aplica toda su capacidad y fuerza al ámbito de su empresa, y se mantiene muchas veces marginado, apático, en el ámbito de los organismos intermedios. Es una paradoja que las cualidades de dirigente se reconcentren en el punto fijo de su empresa, en lugar de proyectarse también al exterior, en donde esas cualidades que le corresponden como director resultan imprescindibles. Sin embargo, esta paradoja, vacío, apatía o ausentismo, como quiera llamársele, es más patente y notoria en el campo de la opinión pública; más notoria que en el campo, casi desierto, de la política; más que en el campo, aún débil, de los organismos intermedios. Y justo por ello quisiera limitar mi exposición de hoya ubicar al empresario, como individuo, como ciudadano calificado, en el terreno sin horizontes de la opinión pública. Con este fin, haré, en primer lugar, un breve diseño de lo que ha de entenderse por opinión pública, a fin de salir al paso de malos entendidos divulgados entre nosotros; y, en segundo lugar, resaltaré la incidencia que el empresario puede y debe tener en cumplimiento concreto de su función social, en esa opinión pública.
Varios conceptos de opinión pública
¿Qué es eso tan traído y tan llevado de la opinión pública? Es más fácil hablar de ella que entender lo que es en realidad. Todos recurrimos con frecuencia a la autoridad abstracta de lo que llamamos "opinión pública", para apoyar una actitud, sostener una idea, o simplemente, dar mayor énfasis a un punto de vista personal: es curioso notar que para defender una idea personal la impersonalicemos y la hagamos pública: "esto es lo que se dice, así se piensa en nuestro medio, lo leí en tal lugar, todos opinan lo mismo", etc., etc.
Manejamos la "opinión pública", sin darnos cuenta de que esta expresión reviste los más diversos significados. En un régimen totalitario es el interés del Estado; en la pluma del periodista se convierte en su propia interpretación del suceso o de la idea; en los labios del político, la mentalidad de un grupo, y así sucesivamente.
Invito a ustedes a reflexionar conmigo sobre la posibilidad de encontrar una acepción que sea verdadera y que además satisfaga al empresario, porque con ella lograremos que el empresario deje de considerar la opinión pública como algo extraño, como algo turbio de lo que hay que huir manteniéndose discretamente al margen.
Empecemos por algo elemental. Los hombres somos seres en perpetua comunicación, que ordinariamente nos comunicamos hablando.
Nos gusta hablar. En nuestra casa, en el trabajo, en la calle, en el café. Muchas de las cosas que hablamos no tienen ninguna importancia; pero hay otras que se refieren a asuntos graves porque involucran opiniones sobre la fama de las personas o de las instituciones, que pueden ser decisivas para ellas en un momento dado.
Un hombre honesto cuidaría siempre de sus opiniones; daría a sus palabras un sentido que sirviera a los demás; trataría de entenderse con ellas por medio de un diálogo saludable.
Esto es ya una aproximación a lo que puede ser la opinión pública: un deseo de entendemos, de comunicamos puntos de vista, de dialogar unos con otros. Un diálogo entre gobernantes y gobernados, entre los que leen y los que escriben, un diálogo de todos aquellos que viven los afanes de una misma comunidad, nacional o internacional, que afrontan los mismos riesgos y que se encuentran en la necesidad de tomar las mismas decisiones.
Cuando se habla así, con esta eficacia pública, ya no se pierde el tiempo, Se contribuye al bien colectivo, se colabora en la formación de una opinión propia de toda la comunidad, cuya esencia es la misma verdad.
De aquí que el concepto "opinión pública" no pueda ser utilizado solamente como una táctica, como un slogan brillante para un programa de acción política. A la larga, las actitudes no sinceras, no verdaderas, acaban sucumbiendo ante la misma presión de la sociedad, que no puede ser dirigida desde fuera como si se tratara de un cuerpo inerte, desprovisto de órganos naturales de expresión y de acción pública. Gran parte de la eficacia técnica de la opinión pública, y SU trascendencia, dependen de la consideración que se tenga de la verdad como exigencia directiva de toda acción que se emprenda en este campo.
Hemos de reconocer que en el mundo en que vivimos esta visión de la opinión pública no es la más usual, tanto si hablamos de las llamadas democracias populares como si lo hacemos de las democracias occidentales. En ambos mundos, aunque por diversos medios, la libertad está ausente, en mayor o menor grado, del campo de la opinión pública.
En el caso de las dictaduras, la negación es franca y se fundamenta en elaboradas teorías sobre la conveniencia pública; en el de los países democráticos, el reconocimiento teórico, y aun legal, de la libertad de información, se ve limitado en la práctica por la presión que ejercen los grupos económicos o políticos sobre los medios de comunicación social.
Refiriéndome ya al concreto terreno de México, hay que reconocer que estas circunstancias han producido una corriente general de inhibición de todos aquellos que no tienen acceso directo y fácil. a los órganos de la opinión pública. y esta corriente ha arrastrado consigo, por desgracia, a quien menos debía dejarse arrastrar, a quien tenía la obligación de no "dejarse llevar por la corriente", es decir, al empresario, cuyas características y coyuntura social le hacen apto no para inhibirse, sino para participar, no para dejarse conducir, sino para ser conductor; no para escuchar pasivamente: la voz tantas veces destemplada de otros, sino para hablar con voz propia, como lo hace con acierto en esa sociedad más reducida que es su empresa.
La mayoría de los empresarios, en efecto, se forma una pobre imagen de los instrumentos de comunicación y deja fácilmente que los profesionales de ellos los periodistas, se pongan en manos del poder político o económico. De ahí que para muchos empresarios la opinión pública no sea más que un nombre vacío que sólo manejan cuando les conviene.
Opinión pública y medios
"La verdadera opinión pública no es ni una mera opinión individual que es impuesta; ni una suma inorgánica de opiniones individuales. Es el resultado del diálogo que los miembros conscientes de una sociedad mantienen entre sí, en cuanto forman parte de esa sociedad y están complicados en sus tareas y sus fines, en cuanto profesan en público la misma opinión que en privado y en cuanto de este modo tratan de las cuestiones que atañen al bien público, al bien común.
"Esta opinión pública es más estable que el rumor, menos voluble y caprichosa porque participa de ese acervo común de serios pareceres que suele llamarse conciencia pública... No alcanza, sin duda, la fuerza de la tradición, ya que es más inestable e influible. Se da en un momento concreto, en un tiempo determinado, como un producto propio de ese tiempo y de los hombres que en ese momento le dan vida.
"Esta implicación con la vida coloca a la opinión pública en el campo de la más grave responsabilidad. Es algo que nos atañe a todos, en lo que todos estamos complicados y a lo que todos debemos servir.
"El servicio de los ciudadanos a la libre opinión pública, es tanto más importante si pensamos que ciertos valores decisivos del bien común dependen, en gran medida, de cómo sea participación de todos en el espontáneo concurso de pareceres que, reunidos y contrastados, libre y sanamente expuestos, nos van a dar el índice de lo que piensa el país sobre esta o aquella parcela del bien común de la sociedad. La paz, la justicia, la salud del cuerpo social, el mismo sentimiento de responsabilidad pública de los ciudadanos, se ponen en peligro o desaparecen si no existe una auténtica opinión pública, que será la mejor ayuda de los hombres que gobiernan en el feliz desarrollo de su misión."
Dentro del campo de opinión pública, así entendida, adquieren especial relevancia, aunque no exclusiva, los llamados medios de comunicación social. No podemos permitir que estos medios nazcan al margen de la sociedad, sino que broten naturalmente de ella y de ella misma formen parte integrante. La prensa, la radio, el cine o la televisión han de ser los ojos, los oídos y la lengua del cuerpo social. Por triste que sea, siento el deber de decirlo: el empresario desconectado de estos medios es a la vez ciego, sordo y mudo, incapaz, por tanto, de dirigir nada, ni su misma empresa, sino, por el contrario, necesitado de que otros lo conduzcan, como un inválido, en el complejo laberinto social.
Trascendencia de los medios
Y de esta manera, entramos, de lleno, en la segunda parte de nuestra exposición: la incidencia del empresario en la opinión pública y en los medios de comunicación.
Al considerar los medios de comunicación social en su conjunto, la primera reflexión que se nos presenta es la de su importancia en el desarrollo económico y social del país.
Los medios nacionales de comunicación deben ser, necesariamente promotores de México y de sus fuerzas productivas, cosa que los convierte en instrumentos indispensables de un mundo en desarrollo. En este terreno, sin embargo, es preciso hacer notar que la actitud del empresario mexicano no indica que haya tomado conciencia del fenómeno. Por el contrario, tiende a considerar los medios de comunicación como instrumentos ajenos, frecuentemente hostiles a su función propia.
En consecuencia, la única utilización que les ha venido dando es de tipo mercantil, al comprar tiempo o espacio. Y aunque desagrade decido, en ocasiones esa utilización no va más allá de lo mercenario, cuando lo que se compra no es ni espacio ni tiempo, sino silencio o tendencia en la noticia.
Por eso es urgente que contemplemos la posibilidad de introducir una mentalidad en el empresario frente a los medios de comunicación social, que lo ubique correctamente. No se trata de insertarlo en un terreno desconocido para él, porque su experiencia diaria está llena de contactos con los medios de comunicación, sino de darle un sentido más constructivo a esos contactos.
En una oportunidad anterior a ésta, he descrito la comunicación social como un proceso que implica tres realidades distintas, aunque íntimamente interconectadas: primero, las fuentes de información, institucionales y espontáneas; segundo, los órganos o instrumentos que canalizan el contenido de esas fuentes y lo desparraman a la sociedad entera; y tercero, la sociedad misma que recibe esa información y que antes actuó como fuente de ella. Para proceder de un modo concreto y práctico, hemos de analizar cuál puede y debe ser la incidencia del empresario en esas tres realidades de la comunicación: fuentes informativas, órganos de información y sociedad informada.
Las fuentes noticiosas y el empresario
En primer lugar: las fuentes de noticias.
El contacto inicial del empresario con la opinión pública se da en el terreno de la producción de la noticia. El empresario ha de ser factor de opinión pública, es decir, hacedor, creador de opinión. Ha de tenerse en cuenta que es México un país en el que (por fortuna o por desgracia, no lo sé) no hay un juego múltiple de partidos políticos, de instituciones sociales con perfiles ideológicos definidos, precisos y controvertidos.
Si contemplamos la realidad del engranaje social de México, nos damos cuenta de que destacan, por encima de todas las demás, dos instituciones eficaces y fuertes: el Estado y la empresa, en donde la empresa es el conjunto de los directivos, los propietarios y los trabajadores. No podemos esconder la cabeza ante una realidad tan notoria: dentro de la sociedad mexicana, la empresa está fuertemente calificada. Y de ahí deriva la necesidad de que el empresario sea líder de opinión.
Los problemas de la empresa, que él está en mejor posición que nadie para detectar y analizar, no son problemas individuales, encerrados en límites estrechos, sino, por el contrario, cuestiones que se abren a una gran masa, que afectan directamente a la casi totalidad de la población activa mexicana, y, por redundancia, al país entero.
El modo que el empresario tiene de actuar en la empresa, su manera de entender el fenómeno social, su capacidad privilegiada para transformarlo, su participación en las organizaciones empresariales, y hasta la actitud y conducta personal, tienen una trascendencia que supera la que puede poseer la actividad del hombre común. En la vida del empresario y de la empresa concurren factores tan diversos como importantes para la vida del país, y su forma de actuar, sumada a la de los demás empresarios y empresas, configuran la vida económica (y hasta social y cultural) de toda la nación.
No nos engañemos con los términos: la iniciativa privada, que tanta tendencia tenemos a resaltar, es privada en cuanto a su origen, pero es pública, eminentemente pública, en cuanto a su trascendencia; y hemos de reconocer, aunque nos duela, que su voz pública está notoriamente desproporcionada a su función. No podemos pretender que los empresarios tengan una opinión pública uniforme y común, pero sí hemos de exigirnos el tener opiniones, por pluralistas y controvertidas que sean. Y que estas opiniones se hagan públicas, porque lo son por esencia propia.
En el momento de hoy, en que la empresa abandona, para dolor y escándalo de muchos, su tradicional, por no decir trasnochada mentalidad liberal manchesteriana, para engendrar una nueva actitud social y más justa, se mantiene a flote, como resto caduco del naufragio, un tipo de individualismo más peligroso, por más persistente: el empresario sigue siendo aún individualista y liberal en el campo de la opinión pública; y esto, no como una enfermedad que reconoce ignorando la terapéutica, sino como algo que considera saludable: el empresario procura mantenerse al margen de la. opinión pública porque piensa que ésta es materia para políticos, para ideólogos, incluso para demagogos sindicales; pero no para él, que es un hombre de trabajo, que lo único que desea, como la fiera solitaria o como el avestruz, es que le dejen trabajar tranquilo, fuera de las corrientes de opinión, que ni entiende ni quiere entender.
El empresario, en la realidad mexicana de nuestro tiempo, no cumplirá su función social si se ciñe sólo a la producción de bienes y servicios, y no es también productor y creador de opinión. El empresario ha de ser fuente autorizada de opinión, tan válida como la política, tan válida como la sindical, tan válida como la de los que son, y la de los que se autonombran intelectuales.
Es opinión común entre nosotros aludir a la irresponsabilidad de los periodistas. Pero, ¿es que nos hemos preocupado de hablar con ellos?, ¿es que no somos imputables también nosotros de irresponsabilidad?, ¿es que los periodistas son monopolio del Estado o de la política?, ¿es que no tenemos también nuestra opinión?, ¿es que somos huecos ideológicamente?, ¿es que trabajamos como máquinas que no piensan?, ¿es que no poseemos una forma de pensar, válida, pública y sana?, ¿o es que lo que pensamos es inconfensable?
Empresarios y órganos de información
En segundo lugar haremos un análisis de la incidencia del empresario en los órganos de información. El empresario no sólo es y ha de ser fuente de noticia. Es también el principal patrocinador de los medios de comunicación.
Hasta ahora se ha hecho mucho énfasis en la publicidad como instrumento al servicio de la empresa, pero no se ha hablado tanto de la empresa como sustento principal de los medios de comunicación, a través de la publicidad.
Los medios de comunicación, cuando son honestos, viven de la empresa y sin ella desaparecen. De ahí la responsabilidad del empresario al elegir los medios de publicidad: no puede pensar solamente en el beneficio que resultará para su negocio del empleo de un número determinado de centímetros de espacio o minuto de radio o televisión.
El dinero del empresario no sólo promueve su producto, sino que sostiene y da vida a los medios que elige para anunciarse. Y es miope si ignora la clase de medio que ha elegido. Tal miopía es también el producto de una óptica liberal en donde los réditos de la empresa y la ideología personal del empresario se encuentran divorciados: puedo pensar de una manera y anunciar producto de otra, aunque ambas sean contradictorias. El romper con valentía esta contradicción es una forma real y concreta de llevar a cabo esa función social de empresario, de la que, como decíamos, se habla tanto y se vive tan poco, que se está convirtiendo ya en una frase inservible.
Esta miopía debe abandonarse, no sólo por razones éticas e ideológicas que no son dé ningún modo despreciables, sino en virtud de la más elemental eficacia. El empresario actual, al usar indiscriminadamente cualquier vehículo publicitario, toma la mitológica postura de Penélope, que deshace de noche lo que de día va tejiendo. Porque anuncia a su empresa respaldando ideologías que van contra la vida de la empresa misma. ¡Si no le importa la ideología, debería importarle, al menos, su empresa!
Esto es válido también para el contenido mismo de la publicidad que la empresa diseña o manda diseñar a otros. También aquí se da una contradicción interna, producto aún más claro de una visión miope, que sólo sabe ver a cortísimo plazo: porque tratamos de hacer atractivo nuestro producto con instrumentos falseados, que, si bien reclaman la atención momentánea del instinto, empobrecen a largo plazo la imagen de la empresa que los utiliza; porque la empresa que emplea medios inmorales en su publicidad está anunciando al propio tiempo la suciedad de sí misma, y si no sabe o no quiere limpiarla, debería al menos mantenerla oculta, aunque sólo fuera por motivos de la más primitiva técnica publicitaria.
Nosotros no podemos relacionarnos con la sociedad que es nuestra clientela con el solo objetivo de lograr su favor superficial, de satisfacer la curiosidad de un público hambriento de sorpresas y de novedades insustanciales (cuando no morbosas). Cuando la publicidad (y el servicio entero de comunicación social) se entiende en la exclusiva línea de dar al público lo que quiere, y cuando inclinamos a los instrumentos de comunicación por este camino, sintonizamos nuestra propia insuficiencia técnica. Lo que en alguna ocasión pude decir de muchos periodistas, me atrevo también a decirlo de muchos empresarios: incapaces de hacer atractiva la verdad, suplimos nuestra incapacidad con el fácil atractivo del escándalo, del sexo, del morbo, aunque resulte deformador y aunque resulte falso; y justificamos nuestra actitud con la afirmación de que eso es lo que el público quiere, ocultando que somos nosotros los que hemos habituado al público a quererlo.
Además de patrocinador (por fuerza publicitaria) de los medios de comunicación, el empresario es también creador de esos medios. Si en los papeles anteriores comportaba una responsabilidad, en el que comentamos ahora esa responsabilidad se multiplica en razón directa de la importancia del medio de comunicación en que interviene para dirigirlo con su capacidad empresarial, para sostenerlo con su dinero o para impulsado con su esfuerzo. Ya decíamos antes que los medios de comunicación no son un elemento obscuro, impenetrable o extraño para el empresario. Los órganos de comunicación social se perfilan hoy, por el contrario, como importantes empresas que deben manejarse no sólo con perfección técnica especializada, sino también con acierto administrativo. Y la intervención directa del empresario en este campo de la actividad económica, difícil y complicado, pero insospechadamente penetrativo, constituye para el hombre de negocios mexicano un verdadero reto. Es paradójico que el espíritu de empresa, del que estamos tan orgullosas, se aplique a la fabricación de zapatos o de cerveza, de partes de automóviles o de perfumes, en tanto que se encoge y se achica frente a un panorama tan amplio y tan fecundo como es el de los órganos de opinión.
Nuestro ausentismo en ese campo es lo que origina la confusión actual de la opinión pública con la opinión de un solo grupo, que sabe darle carácter público a algo que es, no sólo discutible, sino el modo de pensar unilateral y estrecho de unos cuantos, fruto de lucubraciones enfermizas de gabinete. El ausentismo en ese terreno, por parte del empresario ideológicamente sano, es la causa negativa y, por ello, más culpable de otra confusión no menos importante: la de la vida y el ruido.
La confusión entre el volumen de la voz y la verdad se llama demagogia. Y el empresario, hombre acostumbrado a trabajar con realidades concretas, con resultados cuantitativos y palpables, es hoy la persona más apta para convertir los instrumentos de opinión en vehículos portadores de realidades verdaderas, dejando de ser productores de pompas de jabón que revientan al primer contacto con la realidad física.
Hemos hablado de empresarios ideológicamente sanos. Si la ideología del empresario no puede separarse, por más que se intente, del ámbito de la empresa en que se mueve, ello es más claro y más relevante en el caso de la empresa periodística, televisiva y radiofónica.
El empresario de la opinión pública debe poseer el propósito inquebrantable de servir a la verdad tanto como a sus clientes o a su público. Es más, sin ese servicio a la verdad, -iluminada por los más altos principios éticos, todo supuesto servicio al público, toma el nombre de fraude, que no por desagradable es menos real.
Si el empresario invade el campo de la opinión pública con un afán de lucro que equivocadamente opone al afán de verdad, sería preferible que se quedara donde está: produciendo artículos con los que quizá pueda lucrar más fácilmente y en donde será, sin duda, menos dañino a la sociedad.
A esta obligación de servir a la verdad va aparejada la de mantener la dignidad del medio de comunicación, defendiendo y practicando (i cuánto más fácil es defender la teoría que ejercer la práctica!) la libertad de comunicación y de expresión, actuando solidariamente con los intereses de la comunidad a que se dirige.
Hombre de empresa y sociedad informada
Como tercer y último punto, debemos analizar la incidencia del empresario en la sociedad informada, que es ese tercer elemento que compone el proceso de los medios de comunicación.
Es tarea del empresario, dentro de su función más estricta, profesional y económicamente tomada, conocer las tendencias de opinión de la sociedad en que vive. Sólo con ese conocimiento podrá aprovechar las oportunidades empresariales, que es una de las partes que componen su trabajo de director de empresa.
Y por ello mismo, debe desear con un deseo práctico que la sociedad no sea una masa amorfa y ciega, sino que tenga opiniones y que las haga oír.
De ahí el interés por parte de la empresa en que existan fuentes de noticias y órganos de comunicación. De ahí también que sea no sólo válida, sino también imprescindible, para el empresario, plantearse, esta cuestión radical: los medios de comunicación de la sociedad en que vivo ¿son en verdad medios de comunicación? La comunicación implica siempre una dirección bilateral: los medios de opinión pública deben recoger las opiniones públicas y expresarlas: de tal manera que no sólo hablan, sino que también escuchan. Y la sociedad no ha de tomar frente a los medios de comunicación una actitud receptiva, como si nada tuviera que decir.
La sociedad no sólo escucha, sino que también habla: y ha de hablar con voces distintas, como distintos son los sectores que la componen. La comunicación debe entenderse, por tanto, como un diálogo pluralista de una sociedad pluralista.
Los medios de comunicación no han de ser más que expresiones genuinas de ese diálogo y rectos orientadores del mismo.
Cuando sólo hablan unos cuantos no hay comunicación, no hay diálogo, sino imposición. Y cuando hay muchos que sólo escuchan tampoco hay comunicación, sino borreguismo.
De ahí que el empresario no sólo no ha de oponerse al diálogo, sino que ha de entrar como elemento reactivador de ese juego pluralista que es síntoma de salud en toda sociedad viva. Reactivador, siendo fuente de noticia y de opinión, siendo patrocinador y creador de medios genuinos, y siendo parte de esa sociedad que interviene en el diálogo y lo escucha atentamente, para saber en dónde está, y qué piensan los que están con él.
La relación del empresario con los medios de opinión pública no ha de verse a través del reducido agujero que supone el ser creador o patrocinador de esos medios, sino desde una perspectiva más amplia que lleva consigo un cambio radical de actitud: implica el garantizar la legitimidad de las fuentes, implica el estar atento a las tendencias de opinión, el saber dónde pueden detectarse los mensajes que son signos del futuro, tener criterio para distinguir lo que es verdadera opinión y lo que es palabrería lanzada al viento por bufones.
En resumen, el empresario, factor de libertad, ha de mantener el derecho de la libertad de expresión, no con una defensa teórica y abstracta, sino con su ejercicio práctico. Se habla hoy más del derecho a la libre expresión que de la obligación de ejercitado, y es triste que muchas veces defendamos el derecho para que otros (que van contra ese mismo derecho) sean los únicos que lo ejerciten.
Si no hay desarrollo sin libertad, y no hay libertad sin libre expresión, no hay duda de que el fortalecimiento, en su autenticidad y en su pluralismo, de las fuentes y los medios de comunicación social, constituye un elemento decisivo en ese desarrollo en que todos, y nosotros especialmente, estamos empeñados.
Capítulo tomado de: Varios. Pensamiento Empresarial Mexicano. Avance editorial S. A. Monterrey, N. L. México. 1975. 239 págs.
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